Uno no sabe si es asombro, vergüenza, estupor o una mezcla de todo.
Ante el veredicto del jurado en el juicio de Camps y Costa, uno se pellizca para comprobar que está despierto, que no navega por una pesadilla increíble.
Supongo que, a partir de ahora, cualquier ladrón pedirá, si puede elegir, que le juzgue un jurado como el de Camps.
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