Hace diez días escribía sobre el vandalismo que quemaba motos o contenedores y destrozaba escaparates, cajeros o mobiliario urbano en nombre de una ilógica defensa de la libertad de expresión.
Los energúmenos delincuentes han evolucionado. Ahora no se conforman con los destrozos y saqueos, sino que intentan asesinar, quemándolo vivo, a un policía, conductor de la furgoneta que incendian. Primero le insultan e intimidan, a continuación derraman e incendian gasolina bajo la furgoneta y, mientras tanto, apedrean la puerta para que el policía no pueda salir.
Afortunadamente, consiguió salir por la otra puerta, ayudado por un compañero.
Yo me pregunto qué habría pasado si no hubiera podido salir sin enfrentarse a sus agresores.
¿Sería legítimo que luchara por su vida, o debería, estoicamente, dejarse quemar vivo?
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